Stalingrado vive y vivirá

Un día como hoy de hace 80 años, el Ejército Rojo, bajo la dirección del genio militar del líder soviético Gran Mariscal Iósif Broz Stalin (El Hombre de Acero), derrotó a las tropas alemanas enviadas por Hitler, cercadas en la ciudad soviética de Stalingrado (hoy Volgogrado), poniendo fin a los 200 días que duró la batalla de Stalingrado, la mayor de la historia, que marcó el principio del fin de la ofensiva hitleriana en territorio soviético.

En la gala de celebración de la victoria en la Batalla de Stalingrado, celebrada este jueves, el Presidente de Rusia Vladimir Putin honró el heroísmo de centenares de miles de soldados y civiles soviéticos que con aquél triunfo iniciaron la derrota final de las hordas de Hitler y sus patrocinadores de occidente.

«La Batalla de Stalingrado ha pasado con razón a la historia como un punto de inflexión radical en la Gran Guerra Patria. Junto con la derrota de la mayor agrupación de la Wehrmacht y sus satélites, fue derrotada la voluntad de toda la coalición hitleriana. Los vasallos y secuaces europeos de la Alemania nazi, y en Stalingrado su número era considerable, representantes prácticamente de todos los países de Europa, empezaron a buscar la forma de eludir su responsabilidad. Se hizo completamente evidente para todo el mundo que los planes de los nazis sobre la destrucción de nuestro país, todas sus ideas de la supremacía mundial, estaban condenados al fracaso. Dos ejércitos lucharon a muerte durante 200 días en Stalingrado, y ganó el que resultó ser poderoso de espíritu. Feroz, a veces más allá de las capacidades humanas, la resistencia de nuestros soldados y comandantes sólo podía explicarse por su devoción a la Madre Patria, la firme creencia absoluta de que la verdad está de nuestro lado», expresó el Presidente Putin.

Otros puntos destacados de su intervención:

● La ideología del nazismo en su versión moderna plantea amenazas directas a la seguridad de Rusia, obligada una vez más a contraatacar la agresión del Occidente colectivo.

● Es increíble que Rusia se vea amenazada de nuevo por tanques Leopard alemanes con cruces a bordo.

● Rusia vuelve a entrar en guerra en suelo ucraniano de la mano de los “descendientes de Hitler”, de la mano de los banderitas.

● A pesar de los esfuerzos de la propaganda oficial corrupta de Occidente, Rusia sigue teniendo muchos amigos en todo el mundo, incluso en el continente americano.

● Quienes arrastran a Alemania a un nuevo conflicto y esperan ganar en el campo de batalla no se dan cuenta de que la guerra moderna con Rusia será diferente. Rusia no podrá responder a las amenazas sólo con vehículos blindados, todo el mundo debería entenderlo.

● Stalingrado ha sido para siempre un símbolo de la indestructibilidad del pueblo. La firmeza de los defensores de la ciudad es el punto de referencia moral más importante para el ejército y el pueblo rusos.

El significado de la victoria en Stalingrado

El desenlace de la batalla, fechado el 2 de febrero de 1943, vino precedido de una serie de derrotas de cuatro ejércitos de Rumanía, Hungría e Italia, países satélites de la Alemania Nazi en esa contienda, que también participaron en la batalla hasta diciembre de 1942. Sin embargo, el derrotismo ya se traslucía en las cartas y diarios de los oficiales alemanes en los meses anteriores a la contraofensiva del Ejército Rojo.

Uno de ellos, perteneciente a la 79.ª división de Infantería de la Wehrmacht, anotó en su agenda el 23 de octubre de 1943: “Stalingrado aún no ha sido tomada. Luego la apodarán ‘la Verdún’ de esta guerra. La lucha por Stalingrado ha durado más que [toda] la guerra contra Francia. Mi estado de ánimo de nuevo decae”.

El mismo oficial escribió días después: “A veces caigo en la desesperación, pero lucharé, por supuesto, contra este maldito sentimiento”.

A continuación, al mismo oficial le asalta la idea de su futura responsabilidad por lo que él y otros invasores estaban haciendo con el pueblo soviético: “A veces pienso que tal vez algún día mis hijos puedan correr el mismo destino que muchos rusos”.

La suerte de los propios soldados y oficiales de la Wehrmacht siempre estuvo en el frente de Stalingrado. Ya en los primeros días de combates en las calles de la ciudad, la 13.ª División de Fusileros de la Guardia, que tomaba parte en la defensa de la ciudad ocasionó 2.000 bajas a las tropas de Hitler, destruyó 18 tanques, 30 autos y hasta 50 carros de tracción animal con alimentos y municiones, según reportó el mando político del Frente del Sudeste el 22 de septiembre de 1942.

Las pérdidas totales de la Wehrmacht y otros ejércitos de los países del Eje llegaron a un millón y medio de personas (entre muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros). La cifra equivale a casi la cuarta parte de todas las fuerzas que esta coalición había desplegado en el Este. Los defensores de Stalingrado también sufrieron numerosas bajas, que rondaron 480.000 efectivos.

El texto que publicamos a continuación pertenece a la obra «Años de guerra», de Vasili Grossman, publicada por Galaxia Gutenberg en 2009. La edición original de esta obra en lengua española fue publicada por Ediciones en Lenguas Extranjeras en Moscú en 1946.

Vasili Semiónovich Grossman (Berdychiv 12 de diciembre de 1905 – Moscú 14 de septiembre de 1964) fue un escritor y periodista soviético judeo-ucraniano nacido Iósif Solomónovich Grossman. Se formó como ingeniero y trabajó en la cuenca del Donetsk, pero abandonó tal ocupación en los años treinta para dedicarse en exclusiva a la escritura. Publicó varias decenas de relatos cortos y algunas novelas largas. Tras el estallido de la segunda guerra mundial se convirtió en corresponsal de guerra para el Ejército Rojo, publicando para el diario Krásnaya Zvezdá (Estrella Roja) aclamadas crónicas de primera mano de las batallas de Moscú, Stalingrado, Kursk y Berlín. Su testimonio acerca de los campos de exterminio nazis, escrito tras la liberación de Treblinka, se encuentra entre los primeros documentos escritos acerca del Holocausto judío y fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.

Volga-Stalingrado

Por Vasili Grossman

Largo es el recorrido de Moscú a Stalingrado. Nuestro automóvil iba por los caminos del frente, bordeando ríos encantadores y ciudades llenas de exuberante verdor. Seguíamos caminos vecinales polvorientos, nivelados por las apisonadoras. Viajábamos durante el luminoso y azul mediodía, entre un polvo abrasador; al amanecer, cuando los primeros rayos del sol iluminaban fastuosamente las opulentas serbas maduradas; viajábamos por las noches, cuando la luna y las estrellas brillaban en las tranquilas aguas del Krasívaia Mechá (afluente del río Don) y flotaban en la áurea y rizada superficie del naciente y rápido Don (río de la Rusia europea que fluye por el sudoeste de la gran llanura rusa desaguando en el mar de Azov. Tiene una longitud de 1,870 kilómetros).

Pasamos por Yásnaia Poliana (la casa natal y donde reposan los resto del gran escritor ruso León Tolstoi). En torno a la casa se extendía un tapiz de hermosas flores, por las ventanas penetraba el sol en las habitaciones, y las paredes acabadas de blanquear, reverberaban. Solamente las calvas en la tierra, no lejos de la tumba en donde los alemanes enterraron a ochenta de sus muertos, y las negras huellas del incendio en las tablas del piso de la casa recordaban los desafueros de los alemanes en Yásnaia Poliana. La casa de Lev Tolstói ha sido reconstruida, de nuevo abren sus capullos las flores, de nuevo aparece la solemne y sencilla grandeza de la tumba. Los cadáveres de los soldados enemigos han sido retirados y enterrados en los grandes cráteres que hicieron las enormes bombas alemanas arrojadas en Yásnaia Poliana. Y en estos sitios han crecido hierbajos de pantano.

Proseguimos nuestra ruta por la magnífica tierra invadida por la guerra. Por todas partes: en los campos, durante la labranza y la trilla, tras los caballos que tiran de los arados, en los tractores y en las máquinas segadoras-trilladoras, al volante de los camiones y en los peligrosos y difíciles trabajos en los apartaderos cercanos al frente, trabaja la mujer rusa. Ella fue la primera que corrió a la casa de Yásnaia Poliana, incendiada por los alemanes; ella es la que, con la pala, allana los caminos sin fin por los que circulan los tanques, las municiones y por los que chirrían las ruedas de los convoyes militares. La mujer rusa se echó sobre los hombros la formidable carga de la cosecha: la recolectó, ató las gavillas, trilló el grano y lo transportó a los almacenes. Sus curtidos brazos trabajan de sol a sol sin saber lo que es descanso. Ella administra las tierras cercanas al frente, con la ayuda de los muchachos y los viejos. No es fácil el trabajo para la mujer. Ved cómo suda ayudando a los caballos a sacar el carro atascado en la arena, repleto de ambarino trigo. Ella, empuñando el hacha, abate los corpulentos pinos, conduce las locomotoras, vigila en los pasos de los ríos, distribuye la correspondencia, trabaja sin descanso en las oficinas de los koljoses (granjas de propiedad de un colectivo) y de los sovjoses (granjas estatales), en las Estaciones de Máquinas y Tractores. Ella no duerme por la noche y hace guardia junto a los graneros, vigilando el trigo recogido. Ella no rehúye la pesada carga del trabajo, no se atemoriza ante las pavorosas noches del frente, observa la lejana trayectoria de las bengalas, da la voz de alerta y hace sonar la carraca. La anciana de sesenta años Biriukova se pasó una noche de guardia en los graneros armada con el mango de una sartén, y a la mañana siguiente, riéndose, me contaba: «Estaba oscuro, la luna aún no había salido, sólo los rayos de un reflector recorrían el cielo. De repente oigo a alguien acercarse al granero y hurgar en la cerradura. Al principio me asusté. “¿Qué puedo hacer yo –pensé-, pobre vieja, contra estos malditos?” Pero después, cuando recordé los sudores de sangre que les había costado a mis hijas cosechar el trigo para mis hijos, me acerqué sin hacer ruido, armada con el mango de la sartén, y grité con voz bronca, como un sereno: “¡Si das un paso más, disparo!”. Se escabulleron en el matorral como si se los llevara el viento. Apenas oí un ligero murmullo. Con mi mango de sartén los hice huir del granero».

El protagonismo de las mujeres rusas

La mujer rusa ha asumido el enorme trabajo en los campos y en las fábricas. Pero más agobiante que el del trabajo es el peso que oprime su corazón. No duerme por las noches, llora al marido muerto, al hijo, al hermano. Paciente, espera noticias de sus familiares desaparecidos. Con su magnífico y bondadoso corazón, con su claro y juicioso cerebro, soporta los duros reveses de la guerra. ¡Cuánta tristeza hay en sus palabras, cuán profunda y sabiamente ha comprendido la negra tormenta que asola el país, cuán infinitamente buena, humana y estoica es la mujer rusa! Nuestro ejército tiene por qué luchar, tiene de qué estar orgulloso: su glorioso pasado, la Gran Revolución, y su tierra inmensa y rica. Pero también puede sentirse orgulloso de la mujer rusa; la mejor mujer de la tierra. Que nuestros combatientes recuerden a su mujer, a su madre, a su hermana, que teman más que a la muerte el perder la estimación y el amor de la mujer rusa, pues no hay en el mundo nada más elevado y honroso que este amor. Muchas cosas vinieron a nuestro pensamiento mientras viajábamos hacia Stalingrado. El trayecto es largo. Aquí, el reloj va una hora adelantado. Y son otras las aves: los milanos, de cabeza grande, están inmóviles, aferrados a los postes del telégrafo con sus fuertes y plumadas garras; al atardecer, las lechuzas, de vuelo pesado y torpe, atraviesan el camino. El sol abrasa despiadadamente durante el día. Las culebras cruzan reptando la carretera. Y la estepa es ya otra: los exuberantes prados han desaparecido. La estepa es de color castaño y está cubierta de quemadas y raquíticas matas de polvoriento ajenjo, que se pegan a la resquebrajada tierra. Los bueyes arrastran las carretas, hay un camello quieto en medio de la llanura. Nos vamos acercando al Volga (el río más largo de Europa, fluye del centro hacia el sur de Rusia y hacia el Mar Caspio; tiene una longitud de 3,531 kilómetros). Se siente físicamente la enormidad del territorio ocupado por el enemigo, una terrible sensación de angustia nos atenaza el corazón, no nos deja respirar. Es la guerra en el sur, la guerra en el bajo Volga, es la sensación del puñal enemigo, que ha penetrado profundamente en el cuerpo. Esos camellos, esa estepa llana y requemada, nos hablan de la proximidad del desierto, provocando en nosotros una sensación de angustia.

No se puede continuar retrocediendo. Cada paso atrás es una enorme y quizás irreparable desgracia. Un sentimiento que embarga a todos los vecinos de las aldeas del Volga, y que vive también en los ejércitos que defienden el Volga y Stalingrado.

La guerra ha llegado al Volga

Por la mañana temprano divisamos el Volga. El río de la libertad rusa parecía severo y triste en aquella hora ventosa y fría. Oscuras nubes bajas surcaban el cielo, pero el aire era claro y a muchas verstas se columbraba la blanca y escarpada orilla derecha y las arenosas estepas de la orilla opuesta. Las claras aguas del río se deslizaban amplia y libremente entre vastos campos, como si una gran cinta metálica uniera la ribera derecha con la izquierda. En las altas orillas, el agua formaba remolinos, haciendo girar cáscaras de sandía y desgastando los salientes arenosos; las olas se remansaban y hacían balancearse las balizas. Hacia el mediodía el viento barrió las nubes, el calor se dejó sentir; y el Volga, reflejando los rayos perpendiculares del sol, adquirió una tonalidad azul, velado por una tenue neblina. Tranquila y confiada dormitaba, arrullada por las aguas, la orilla arenosa, cubierta de un verde prado.

Produce, al mismo tiempo, contento y tristeza contemplar el más hermoso de los ríos. Barcos pintados de un color gris verdoso, cubiertos de ramaje marchito, descansan atracados en los embarcaderos; de sus chimeneas escapa un débil hilillo de humo, cual si estuvieran reteniendo su escandalosa y agitada respiración, temerosos de ser descubiertos por el enemigo. Por doquier, hasta las mismas orillas se extienden trincheras, blindajes y zanjas antitanque. Junto a las en otros tiempos animadas y ruidosas travesías en donde se agolpaba indolentemente la muchedumbre, por donde pasaban chirriando los carros cargados de melones y sandías, desde donde los muchachos lanzaban sus anzuelos, se ven ahora baterías antiaéreas, ametralladoras, refugios y unos camiones camuflados que esperan su turno para pasar. La guerra ha llegado al Volga. En ninguna parte han resonado las descargas de la artillería como en las llanuras del Volga. El tronar de los cañonazos, sin obstáculos que lo amortigüen, reforzado por el eco, retumba potente, elevándose desde la tierra hasta el cielo y descendiendo de nuevo del cielo a la tierra. Este horrísono estruendo recuerda a la gente que la guerra ha entrado en una fase decisiva, que continuar retrocediendo es imposible, que el Volga es la línea principal de nuestra defensa. Y por las noches, en las aldeas del Volga, todas las viejas cuentan la misma historia de un general alemán prisionero, que dijo a los soldados que le capturaron: «Yo había recibido esta orden: ocupar Stalingrado y cruzar el Volga. Si no ocupamos Stalingrado, no nos quedará otro remedio que retirarnos a nuestras fronteras, pues entonces nos será imposible sostenernos en Rusia». Huelga decir que es una fábula, pero en ella, como en todas las leyendas del imaginario popular, hay más verdad que en muchas crónicas, y este pensamiento sobre el Volga y Stalingrado, sobre la batalla decisiva, inquieta a todos: viejos, mujeres, combatientes de los batallones obreros, tanquistas, aviadores, artilleros.

Furia nazi contra Stalingrado

A finales de agosto los alemanes atacaron Stalingrado desde el aire. Ni una sola vez en toda la guerra habían efectuado un ataque de tal intensidad. El enemigo realizó más de mil vuelos, descargó su furia contra las viviendas, contra los hermosos edificios del centro de la ciudad, contra las bibliotecas, contra la clínica infantil, contra los hospitales, contra las escuelas y centros de enseñanza superior. Un enorme resplandor rojo y una espesa humareda se levantaron sobre Stalingrado, extendiéndose a más de sesenta kilómetros a la orilla del Volga. Una de las más bellas ciudades de la Unión Soviética fue objeto de un bombardeo monstruoso. Los alemanes sabían con certeza que las fábricas más importantes se encontraban ubicadas en los arrabales de la ciudad, pero se ensañaron sobre todo con el centro. Al mismo tiempo que ejecutaba los ataques aéreos, el enemigo intentaba llegar al Volga por el norte de la ciudad. Las columnas de tanques, seguidas de camiones con infantería, amenazaron directamente, durante cierto tiempo, la zona norte de Stalingrado, el sector de la fábrica de tractores. El ataque del enemigo fue rechazado por la unidad antitanque del teniente coronel Gorélik y por la unidad de antiaéreos del teniente coronel Guerman. A su lado se batieron los batallones de obreros de la fábrica de tractores y de la fábrica Barricada, gente entre los cuales había magníficos artilleros, tanquistas y morteristas. Los tanques, los cañones, los morteros entraban en el campo de batalla tan pronto salían de los portones de las fábricas. Aquella noche de fuego las fábricas continuaron trabajando entre el fragor de las explosiones y de las llamas de los incendios. En el transcurso de los dos días de combate al noroeste de Stalingrado, el ejército recibió decenas de tanques y de cañones pesados. Los trabajadores, ingenieros y jefes de taller de las fábricas demostraron tener un coraje admirable. En las páginas de la historia de esta guerra permanecerá imborrable el nombre del alegre y temerario capitán Sarkisián, el primero que se enfrentó a los tanques alemanes con morteros pesados. Como también quedará en la memoria de todos la batería antiaérea del teniente Skakún. Tras haber perdido el contacto con el mando del regimiento, la batería estuvo luchando un día entero contra las fuerzas aéreas y terrestres del enemigo. Fue atacada por aviones en vuelo picado y por tanques pesados. La tierra y el cielo, las llamas y el humo, las atronadoras explosiones de las bombas, el aullido de las granadas y las ráfagas de las ametralladoras, todo se confundía en un espantoso caos acústico. En la batería había muchachas que servían en los aparatos de puntería, en los telémetros y en los puestos de observación, resistiendo junto a sus camaradas artilleros. «Los han aplastado, han acabado con ellos», pensaba el jefe del regimiento cada vez que callaba la batería. Pero otra vez volvía a oírse el fuego acompasado y certero de los antiaéreos. El terrible combate se prolongó durante toda la jornada y sólo a la noche siguiente se presentaron cuatro soldados supervivientes, llevando a su comandante herido. Relataron que mientras duró el combate las jóvenes no bajaron ni una sola vez al refugio, aunque hubo momentos en que parecía imposible no bajar. Y el ataque por sorpresa del enemigo fue rechazado. La situación se estabilizó. Así se abrió la primera página de la epopeya de la defensa de Stalingrado, página escrita con sangre y fuego, con la firmeza de los combatientes, con la valentía de los trabajadores, con el amor a la Patria.

Fuente: https://radiolaprimerisima.com

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